martes, 15 de diciembre de 2009

BARCIELA: “EN EL PERONISMO HAY UN NÚCLEO FUNDACIONAL PLEBEYO QUE TOCA ALGUNA FIBRA SENSIBLE DE LOS SECTORES DOMINANTES”


Por Patricio Lobos

Gonzalo Barciela es docente de la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo y llegó al CURZA esta vez para dar continuidad al seminario “La decisión armada. Indagación sobre la subjetividad militante en la Argentina Sublevada (1969-1973)”.

El seminario resulta ser una continuidad del espacio de trabajo conformado en el CURZA desde el año 2005. Testimonio de este fructífero intercambio han sido los seminarios: “Pensamiento Político Latinoamericano”, dictado durante el segundo cuatrimestre correspondiente al año 2005, “El populismo y la primacía de la política”, el cual se desarrolló durante el año 2006. Finalmente, el curso “Wo es war, soll ich werden. Derivas lacanianas y postalthusserianas de la subjetividad política”, dictado el año pasado.

“La decisión armada” propone abordar el estudio de las condiciones de emergencia de la acción política armada y de la subjetividad que le resultó inmanente, desde mediados de la década del ’60 hasta fines de los años ’70 en nuestro país.

Realizas tu tercer seminario en el CURZA, esta vez se trata de “La Decisión Armada: Indagación sobre la subjetividad militante”. Contanos que ideas pretendes desarrollar.

El primer objetivo es darle continuidad al espacio de reflexión en el que venimos trabajando hace ya cuatro años en el CURZA. Reunir esas diferentes herramientas que fuimos desplegando en el plano de la teoría política para abordar una serie de trabajos propios de la historia reciente y desplazarnos, pasar del escenario de la crónica, de la reflexión militante y del plano meramente descriptivo que propone la historiografía, a efectos de indagar procesos, en los que la teoría política nos permite inteligir identidades y actores en pugna y, en particular, mostrar cómo el concepto captura lo histórico.

Lo histórico no se ordena por la mera sucesión de hechos, como una cronología, sino que, de lo que se trata, es de captar la racionalidad inmanente a los procesos, la serie de estrategias e intervenciones a partir de las cuales se ordenan las fuerzas que uno puede entender que ingresan a ese campo y en esa situación histórica. La situación histórica se ordena como un proceso y dentro del mismo se inscriben determinados agentes. También es interesante ver en ese espacio como se constituyen sujetos políticos.

Uno de los movimientos que planteas estudiar es el de Montoneros o la izquierda peronista. En el seminario planteabas que se trata de escapar de las visiones instrumentales, esas que entienden la adhesión al peronismo como una decisión racional e instrumental. ¿Crees que el proceso en realidad es más complejo?

Hay una visión extendida que plantea que la adhesión de amplias franjas de las organizaciones armadas al peronismo responde a una lectura más propia de la decisión o elección racional o también a una sociología de cuño neokantiano, que entiende a la acción como concertada o constituida con arreglo a fines. Esas lecturas sitúan un problema práctico de orden prioritario que sería la brecha, aparentemente irreductible entre la vanguardia política, que se sostiene de su propia declaración o autoproclamada, y las masas, donde la simple adhesión al peronismo permitiría zanjar ese obstáculo o distancia.

Lejos de esa suerte de maleabilidad, que significaría presuponer un sujeto que encuentra a su disposición identidades preconstituidas y las elige a su arbitrio, hay reglas que hacen a la constitución del dispositivo de enunciación propio del peronismo. El peronismo en tanto identidad política es un fenómeno discursivo y por lo ello supone determinadas reglas de formación y disposición de los elementos que conforman esa discursividad. La adhesión al peronismo implica el ingreso a esas reglas de juego que rigen sobre el espacio discursivo. Precisamente el derrotero de Montoneros puede leerse a partir de esa inscripción.

¿Cómo opera este dispositivo, cómo logra atrapar a un sector de la juventud revolucionaria y no a otra?

El planteo es ¿qué hacer con el peronismo después del golpe del 16 de septiembre de 1955? Y ahí se dibujan y ensayan distintas respuestas. Unas son las de la neutralización, otras las del aislamiento, otras las de la integración, pero el peronismo sigue apareciendo como ese problema donde los sectores trabajadores refrendan su fidelidad a Perón.

Para algunos autores bastaría con haber abierto el cauce a la participación del peronismo, como se intenta durante el gobierno de Frondizi, pero ese elemento de sostenida aversión al peronismo de parte de los sectores dominantes, casi como una ceguera para algunos, no lo permite. El sistema político estaría, según este planteo, en una relación de empecinamiento.

Creo que en realidad, lejos de ser sólo un problema de integración, hay una premisa irreductible, la de la presencia de las masas, el ingreso de los sectores populares a la escena política, su irrupción y la persistencia de un núcleo fundacional plebeyo. El peronismo toca alguna fibra sensible de los sectores dominantes y eso es lo que nunca se logra desactivar. Existe un obstáculo, una presencia inquietante tanto de orden estético, para las derechas, como epistemológico, para las izquierdas. Es decir, los peronistas no sólo huelen mal y se visten peor, sino que no cesan de equivocarse.

Ese permanente poner en jaque al sistema político por parte del peronismo tiene un parte aguas en el año 1966. Ahí comienza un proceso de racionalización del mando del capital. El capital es mando político y como relación social es una relación de mando. La emergencia del capital extranjero en el año 1966 rompe con lo que Juan Carlos Portantiero llamaba “empate hegemónico” entre los sectores populares y el bloque dominante. Esta confrontación se resuelve a favor del capital extranjero con el golpe de Onganía, lo que significará un salto cualitativo del capital argentino. Lo que eso genera es un golpe profundo a una gran parte de la masa obrera y a sectores medios, profesionales, comerciantes y estudiantes.

Lo que verifica la agresión del onganiato es la permanencia de la lucha de los trabajadores que no es una suerte de épica, sino que reconoce procesos de resistencia e integración, parcial, como sostiene Daniel James. Si uno analiza el período que comprende el fin de la década del ’50 y los comienzos y mediados de los ‘60, hay un momento entre 1959, con la toma del Frigorífico Lisandro de la Torre y 1964, con el Plan de Lucha que lanza Vandor que inicia una serie de tomas de fábrica, durante el gobierno de Illia, donde se nos presenta un impasse, una interrupción, donde los sectores duros de la resistencia se ven a merced del poder, hay que recordar que en marzo de 1960, Frondizi promulga el Plan Conintes, que despliega un accionar represivo a la largo y ancho del país y en un marco de repliegue de la masa obrera. Esa derrota cala duro y habilita la lectura de una salida política negociada.

Otro elemento es la intransigencia de Perón de no plantearse ninguna salida política que no incluyera su propio reingreso al sistema político. Eso explica el sabotaje a la intentonas neoperonistas como la de Vandor que van en el sentido de construir un peronismo obrero, sin Perón, un movimiento fuertemente sindical. Ahí se ve el rasgo trostkista de Vandor, que supo tener militancia trostkista. Esta idea de lo político subordinado a lo sindical es bastante morenista. Igual conocemos cuál fue el desenlace de esa disputa.

Todos estos elementos van confluyendo, están presentados en la situación. Hay una frase esclarecedora de Horacio González que sirve para describir este proceso: “el peronismo es una suerte de recolector de las experiencias errantes de una sociedad frustrada”.

Y en ese contexto de lucha social, política y armada, ¿como opera el acontecimiento del Cordobazo?

¿Por qué vemos al Cordobazo, o lo situamos, como acontecimiento? Porque tiene la capacidad de movilizar esa serie de -en términos marxistas- contradicciones o antagonismos. Es decir, esa serie de elementos presentados en esa situación. Hay prácticas y lenguajes que están presentados, y que retroactivamente cobran inteligibilidad como antecedentes del Cordobazo. Pero el Cordobazo, en una suerte de postulación reflexiva o reflexión determinante como sostenía Hegel, las reúne y las lanza hacia delante.

La emergencia de las organizaciones urbanas que despliegan su accionar urbano, se produce con posterioridad al año 69. El quinto congreso del PRT, donde se decide fundar el ERP, se realiza en junio de 1970, es decir, con posterioridad al Cordobazo, pero también, ya en el año ’68 y durante el IV Congreso rompen filas con el morenismo bajo la consigna “Todo el partido al combate”, eso que era más una aspiración, adquiere eficacia histórica, y política, con la efectuación del Cordobazo, a partir de rastrear sus huellas, sus consecuencias. Estas experiencias de preparación militar, de pertrechamiento, cobran fuerza histórico-política a partir del Cordobazo. Allí cobra consistencia histórica lo que lamamos la “masa guerrera”. Con ese concepto no sólo nos referimos a quienes toman la práctica armada como acción política principal, sino también, a una diversidad de espacios que confluyen en el período.

La nueva izquierda fue un gran actor de ese momento que está a medio camino de constituirse como movimiento social y a la vez como actor político. En lo social como un agregado de demandas y de actores que reconocen una heterogeneidad tanto en lo ideológico-político como en su componente social. Y eso es lo interesante. El Cordobazo tiene esa posibilidad de reunir todos estos elementos y resolver una serie de contradicciones hacia adelante porque marca al interior de las lecturas de esas organizaciones el decisivo protagonismo de las masas urbanas. Como una irrupción que enclava, que imprime en la escena histórica una clave de lectura política.

El otro día veíamos el documental ERREPE y allí los militantes del ERP comentaban como significativa la experiencia del Cordobazo en sus estrategias ya que la calificaban como una pueblada no peronista.

Si, porque se inscribe en la narrativa de esa nueva izquierda. Hay como dos trayectorias: una la de la nueva izquierda que reconoce el clasismo de Córdoba y el movimiento sindical que es el que más vive este proceso de racionalización y reconstrucción del mando del capital. Pero comienza a cobrar consistencia ese sujeto político con posterioridad al Cordobazo. La pueblada tiene esta característica de oposición al gobierno de Ongania donde la demanda por el retorno de Perón es una más dentro de otras. Seguro que hubo obreros peronistas en el Cordobazo, pero no es directamente reinscribible dentro de la resistencia peronista.

Esa es la gran capacidad del Cordobazo de abrir dos claves de lectura y conformar dos identidades, una la de la nueva izquierda en ruptura con los partidos tradicionales y otra que sitúa al peronismo como la conciencia propia de la clase trabajadora, y como el despliegue mismo de su autoconciencia.

En los últimos años se ve como un retorno del tema de la lucha armada en la Argentina. Documentales en la tele, videos, películas, libros. ¿A qué crees que responde esto?

El proceso de rediscusión del accionar de las organizaciones armadas tiene dos puntos: uno la lectura que se establece en los ‘80, más ligada a una contraposición entre el accionar de las organizaciones y los valores más de corte normativo de la democracia, ello en el marco de la transición y la salida de la dictadura. Era urgente cimentar una lectura del pasado inmediatamente reciente. En los ‘90 se marca un proceso de ruptura con los 20 años del golpe, donde hay un proceso de reapropiación del desaparecido. Porque el desaparecido sufriría una doble desaparición: la física y la de su propia identidad en términos políticos. Hay un rescate de esto. Esto está ligado a la constitución y búsqueda de vías de acción política contra el menemismo, en dos frentes: con la protesta social a partir del año 1996 que irrumpía desde los márgenes del país y que después tendrá eco en el Conurbano y luego con otras modalidades de la acción colectiva, donde se destaca esa gran invención que es el Escrache. Ahí hay una rediscusión que intenta trazar una perspectiva de lo que “somos”. El rescate del desaparecido en tanto militante y no en tanto víctima, es parte de esa búsqueda. Esa empresa de reapropiación hay que entenderla en ese contexto, donde el Estado se presentaba como el gran garante de la impunidad.

En el último módulo del seminario planteás la necesidad de debatir sobre los contenidos actuales de la militancia. Trazando algún tipo de analogía, ¿Cuál crees que es el acontecimiento que convoca a las nuevas generaciones?

Las jornadas del 19-20 de diciembre de 2001 son como la gran reunión o condensación de una serie de contradicciones. El proceso que vivimos a partir de mayo de 2003 no se entiende sin esas jornadas pero, a su vez, creo que la lectura que queda por adelante sobre la indagación acerca de la práctica política, está directamente vinculada a releer que aconteció en el 2001 y no detenerse en su sola exaltación. Entender también que hay una densa trama de actores e identidades donde lo político no se satisface solamente de la pura novedad o la simple ruptura. Hay que ir a la búsqueda y ver si existe o no la posibilidad de conformación de un sujeto político. Igualmente la constitución de un sujeto político, en un sentido fuerte, capaz de constituirse en el nervio histórico que moviliza la situación, implica un proceso mucho más lento.

Pensamos como un acontecimiento las jornadas del 19-20 en tanto no cesa de causar efectos o de permanecer en la situación, es decir, que no se ha clausurado su eficacia. Pero esto no quiere decir que su eficiencia se realiza sólo a través de su exaltación o por el hecho de nombrarlo. Lo importante es -transitado casi 8 años- que hay que entender que respuestas se han dado y qué es lo que está en juego. No agotar el acontecimiento ni en su exaltación ni en su condena. Ya en la propia indagación se sitúa un sujeto.

En esto de pensar la ética militante de las organizaciones armadas de los 60 y 70, nos viene a la cabeza la imagen del zapatismo. El zapatismo parece haber aprendido de las experiencias e inaugura una nueva ética. En palabras de los zapatistas: “el fin no justifica los medios”. ¿Lo ves así?

Creo que el zapatismo es como una suerte de anacronismo. En el momento mismo en que acontece la toma del municipio de San Cristóbal de las Casas, Jorge Castañeda publicaba un libro, “La utopía desarmada”, donde daba por cerrado el ciclo de la izquierda armada latinoamericana. El zapatismo emerge como un grito de desahogo, desde esos márgenes del repliegue.

El zapatismo no tiene una capacidad de incidencia en términos de su tecnología militar. Ellos saben que están cercados en términos militares. Lo que han entendido bien es una suerte de relectura de la “guerra de posiciones” en el espacio de lo político. Incluso uno podría entender que el imaginario político de los ’60 y ’70 permanece como parámetro que informa la acción, en tanto existe un marcado foquismo, porque San Cristóbal de las Casas es como una suerte de centro de irradiación, a partir de la palabra de Marcos que ensaya una “guerra de zapa”, que pretende quitar o arrebatar al enemigo sus puntos de repliegue, en el sentido de buscar apoyos políticos.

El zapatismo es un fenómeno ligado a los procesos de autonomía, de búsqueda de iniciativas propias en relación a un Estado fuertemente centralizado, pero que termina por tener una referencia residual y espectral respecto del mismo. Coincido en que hay un cuestionamiento de cierta lógica militarista, muy presente en el debate que tuvo Marcos con Euskal Ta Askatasuna (“País Vasco y Libertad”), durante el año 2003, pero el foquismo, como componente de un imaginario político, y con la fuerza movilizadora que tiene la imagen, permanece, más allá de su identificación con una práctica armada ligada a la contraposición campo-ciudad, es decir, una matriz de orden territorial.

Igualmente después del zapatismo se da la irrupción de otros movimientos de raíz indígena. Uno es la CONAIE en Ecuador, un movimiento insurreccional de masas, que hace una experiencia política fallida con el gobierno de Gutiérrez, pero establece la cuestión indígena como una componente que hace a la identidad de Ecuador. En Bolivia lo mismo, y aún más pronunciado, no sólo por la llegada de un presidente indígena, sino porque lo boliviano como tal está en tensión con el mundo indígena. Bolivia tiene que verse a sí misma a través del rostro de un indígena y eso implica, nada menos, que revisar el relato del Estado-Nación boliviano, de repensar sus límites, a partir de la alteridad del rostro indígena, que no es una simple diferencia reinscribible en lo pluriétnico y lo plurinacional. Se enfrenta a un indígena que, a la pregunta ¿soy o no boliviano?, responde afirmativamente asumiendo la totalidad de la Nación y forzando su inscripción en la misma, Evo es esa misma repuesta.